Unos dicen que un ejército de jinetes,
otros que una tropa de soldados,
otros que una escuadra de navíos
es lo más hermoso sobre la negra tierra;
en cambio, yo digo que es aquello que
una ama.
Safo de Lesbos

Unos dicen que un ejército de jinetes,
otros que una tropa de soldados,
otros que una escuadra de navíos
es lo más hermoso sobre la negra tierra;
en cambio, yo digo que es aquello que
una ama.
Safo de Lesbos
«Que el fuego que me abrasa
ya no tiene otro medio,
que el estorbar es último remedio
de un celoso.»
Calderón de la Barca, La Dama Duende
Sofya y Medea se conocieron por Internet, en una de tantas aplicaciones que existen hoy en día para entablar contacto con otra gente. Se gustaron casi al instante; solo hicieron falta unos cuantos mensajes para que decidieran quedar y verse en persona. Vivieron unos momentos maravillosos cada vez que se vieron después, llenos de pasión y cariño. Medea se empezó a ilusionar con la posibilidad de escalar el grado de su relación. En una ocasión le dijo que la amaba, pero Sofya le dejó claro que no estaba buscando algo serio.
Al principio Medea pareció aceptarlo; vivían a más de cien kilómetros la una de la otra y las ocasiones para estimular el romance no eran las más numerosas. Además, ¿qué mal honor haría en perjudicar a Sofya si se decía sentir amor por ella? Siguieron manteniéndo el contacto y ofreciéndose su compañía, pero Medea empezó a culparse a sí misma de la imposibilidad de entablar una relación más profunda. Poco a poco al principio, después de una forma brusca, pareció cayer en una profunda depresión con tintes psicóticos. Empezó a obsesionarse con Sofya, a decir «no me puedo controlar» cada vez que se sobrepasaba fisicamente con ella, a ponerse perpetuamente celosa de la libertad sexual de Sofya y hacer gala de un egoísmo de titánide.
En cuanto Sofya le comunicó que la relación le estaba provocando malestar y que prefería terminar con ella, la profunda ansia que sentía Medea estalló en una volcánica erupción de ira y de angustia. Mostrando una doblez sádica, empezó a tratar a Sofya con el mayor de los desprecios, a tratar de manipular activamente sus decisiones y sus sentimientos, a exigir atenciones y compensaciones por la ruptura. La culpa que Medea había estado cargando sobre su espalda la hacía recaer ahora en Sofya, creyéndola responsable de sus propios sentimientos.
A Sofya, que todavía sentía apego y estima de Medea, le costó esfuerzo dejar de atender a sus demandas. Decidió atender a una de las reclamaciones, la de la compensación. antes de poner fin a las vías de contacto existentes entre las dos y que ambas pudieran superar su duelo en paz.
Decirse «no puedo controlarme» es decirse «no quiero controlarme», «no quiero hacerme responsable de lo que siento». La voluntad humana es la que decide como afrontar los sucesos que estan bajo nuestro control y como enfrentar aquellos que escapan a nuestro campo de acción. La obsesión es una perversión del amor y si lo sé, es porque yo también he sido como Medea.
El ciclo de la obsesión es uno que puede romperse. El primer paso es librarse de la culpa y aceptar la responsabilidad propia en lo que hacemos y en lo que sentimos. El último paso es perdonarnos por lo sucedido, pero lo que hay entre medias es un viaje que cada cual debe descubrir.
I
The high-throned Abul and Metin mountains
Back-to-back in proud silence stand,
Holding high on their mighty shoulders
Parvana—a beautiful ancient land.
And people say that there in his castle
Over the steeps, next to the sky,
Lived a king, the hoary lord of the mountains
Who ruled Parvana in days gone by.
The king had a daughter, and such was her charm,
That no one ever in his life did meet,
Hunting among the lofty mountains,
A doe so beautiful and so sweet.
His gray old age and his mountain realm
With her childish gaiety she adorned
And the old but happy King of Parvana
His darling daughter simply adored.
The years to come promised still more joy;
She came of age, and, legends report,
The king despatched his ambassadors
To every castle and to every court.
“Where is, he inquired, “the courageous youth
That can win my daughter by main and might?
Let him don his armour and mount his steed
And come to take my daughter by right.”
II
Their sabres clanged and clattered,
Their horses pranced and reared
When before the castle
Those brave young knights appeared.
In front of the grand white castle
Of Parvana’s hoary king
All waited in impatience
For the contest to begin.
Folk from all the neighbourhood
Had left their hearth and home
To see who wins the maiden
For his very own.
The trumpet echoed. All the court
Assembled in the square.
Then came the gracious hoary king
And his daughter fair.
Her father came like a gloomy cloud
And like a moon came she
Arm-in-arm, they were a sight
That all eyes were glad to see.
And all who gathered were amazed
That such a maid could be.
The brave young men stood silently
In spellbound reverie.
“Now look you at these splendid knights
All come to seek your hand.
Prepared to fight in contest fair,
Upon the square they stand.
“One will display his manly strength,
Another his skill with arms,
A further one his horsemanship,
Still another his grace and charm.
“And when the contest comes to end,
And they come to claim their prize,
And when the bravest of them file
In parade before your eyes,
“Then throw an apple to your choice,
The champion of the day,
And let the whole world envy you,
So happy and so gay.
The king was about to raise his hand
That the contest may begin
When the princess set the apple by
And thus she spoke to him:
“What if a mighty-muscled knave
Beats a gentle-hearted dove?
He may be champion of the day
But never win my love.’
Then asked the rivals gathered
Around the royal stand:
“What would a champion have to do
To win your heart and hand?”
“Is it wealth you want? We’ll get you boats
With gold and silver laden.
Or is your wish a shining star?
We’ll bring it down from heaven.’’
“No need have I for silver,
No need have I for gold.
And though you bring me gems and pearls,
You still may leave me cold.
“The man that is to be my lord
Must find undying fire.
Whoever brings the fire to me
Will have his heart’s desire.”
The gallant knights then took to horse
And gallop off did they.
Each chose himself a different road
And followed each his way.
They rode to fetch the princess fire
That would forever burn.
But though many years rolled by,
Not one man did return.
III
“Oh, Father dear, where are the knights,
Why do they not return?
Perhaps it can’t be found at all,
Fire that will always burn?”
“Yes, daughter dear, they sure will come
And bring undying fire.
But the roads and ways of dauntless men
Are full of dangers dire.
“They have to pass through evil ground
And in evil water swim,
And clash in deadly battle
With the spiteful Jinn.”
Year after year went by again
But no one brought the flame.
“Look from the window, Father dear;
It’s surely time they came.
“More and more often in my dreams
My faithful knight I see,
Holding the fire, he gallops up,
But I wake, and gone is he!”
“Be patient, daughter, he will come!
In seeking for the fire
He who goes after it himself
May oftentime expire.”
Again the years go rolling by.
The princess waits in vain.
The horsemen never came in sight
On the mountains or the plain.
“Oh, Father dear, I fade with grief,
Sorrow burns my soul.
Can it be there is no such fire
In the world at all?”
But nothing could the mournful king
To his dear child reply.
Black doubt besieged his hoary head
And sorely did he sigh.
IV
Year after year sped past again.
His daughter watched in vain
The melancholy neighbourhood:
No horse nor rider came.
At last the princess lost all hope,
And sad tears did she weep
And soon the castle lay beneath
A lake both vast and deep.
The princess vanished in the lake
Whose source were her sweet eyes;
Since then among the mountains tall
Clear as a tear it lies.
Beneath the lake’s transparent waves,
In the shadowy, green deeps,
The castle of the luckless king
Its haughty look still keeps.
And now, as soon as twilight falls
And windows come alight
A myriad moths as if possessed
Begin their nightly flight.
And people say those luckless moths
That perish in the flame
Were once Parvana’ s gallant knights
Whom passion made insane.
Turned into moths upon their way,
Whenever they see fire
They fly to it from far and near
And in the flame expire.
Hace unos días volví a reunirme con mi amiga Djin, la que comparte la misma condición psíquica, por su aniversario. En esta ocasión la noté más agitada, con mayor ansiedad, más sensible e irritable que de costumbre y con una euforia intermitente; signos que he creído claros en lo que interpreto como el inicio de un episodio de manía.
Los episodios de manía conllevan, además de los síntomas descritos, una alta sensitividad hacia los estímulos; el mero ruido de los coches circulando por una calle ajetreada puede suponer una molestia más que notable. Fuimos entonces a los Gorgs de la Mola, unas gargantas en el arroyo de la riera de Corbera, donde entre saltos y pozas de agua puede una persona refugiarse de las altas temperaturas de la ola de calor.
El sendero hasta el paraje natural lleva unos cuarenta minutos des de Sant Andreu de la Barca, siguiendo una carretera entre el bosque de las colinas hasta torcer a la izquierda en un sendero angosto. Más adelante, el ruido del agua revela a la persona caminante la cercanía del riachuelo. Tras trepar ligeramente entre las rocas que pueblan el sendero, llegamos a una poza donde puede alguien sumergirse hasta las caderas.
No llevábamos bañador pero, tras dudar unos instantes, nos metimos en el agua en ropa interior. La frialdad del medio líquido supuso un alivio instantáneo de los cerca de cuarenta grados que marcaban los termómetros. Mariposas monarcas, negras y marrones, mariposas blancas de la col y otras negras que aún tengo por identificar volaban y se posaban a nuestro alrededor, casi como si nos aceptaran como individualidades de la fauna local cuya presencia no comportaba peligro.
Mi amiga Djin, tras sumergirse completamente en el agua, gritó «¡Soy una puta ninfa de los bosques!».
No se equivocaba.
La visita de una amiga que padece de la misma condición psíquica que yo supuso una sustancial alegría en estos días en los que siento el tirón casi equivalente al gravitacional que acompaña a los estados depresivos. Fuimos a dar un paseo hasta la ribera del arroyo y dimos allí rienda suelta a nuestras preocupaciones. No es fácil sobrellevar una dolencia de potencial incapacitante y tratar de seguir el ritmo frenético de la vida moderna, pero igual de dificultoso se hace ver que el tiempo pasa y que, por mucho que nos esforzemos, la mejoría necesaria para retomar el compás de la danza que es la vida puede alargarse tanto en su llegada que la perspectiva de alcanzar tal nuevo estado de plenitud se encuentra fuera de nuestro rango de expectativas.
Sin embargo y pese a que la cura de una dolencia psíquica siempre está más relacionada con la disminución de sus síntomas, es conveniente creer y confiar en que es posible alcanzar una mejoría. Nunca será la medicación respuesta y solución a la problemática de una psicosis; si su empleo se considera necesario es única y tan solamente con la virtud de aportar la estabilidad suficiente para reconducir los hábitos personales hacia unos que signifiquen un incremento de la sensación de bienestar y de seguridad que una persona siente cuando ha desarrollado su voluntad y fortaleza.
Hacerse fuerte no significa hacerse insensible; tan solo significa el ser capaces de sostener por más tiempo el esfuerzo, la tensión y el dolor. Éstos no desaparecen de la experiencia propia ni de la sensibilidad hacia lo ajeno, si no que permiten dedicar más tiempo al alivio de los mismos en la experiencia que no es propia antes de requerir redirigir nuestra atención de vuelta hacia si.
Es la fortaleza la que nos permite sostener la sensibilidad aún ante la presión; aún cuando los pensamientos negativos que, cual nubes de tormenta, rondan los picos más altos de la estructura de la mente, es posible detenerse un instante para apreciar lo absurdo y lo bello que, cual condiciones dionisíacas y apolíneas, parece impulsar en todo la esencia natural de la vida.